LA CRUZ DE CRISTO,
CAMINO HACIA EL PADRE
La
creación tiene su máxima expresión en la creación del ser humano, llamado a la
perfección en el mismo Dios, creador de todas las cosas. Cuando hizo la tierra,
las aguas, los astros, la hierba y todos los animales según su género y todo
animal que se arrastra sobre la tierra según su especie, vio Dios que era
bueno.
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a
nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar,
en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que
se arrastra sobre la tierra” (Génesis 1:26).
¿Cómo era posible que el hombre
realizara esta misión? La respuesta la encontramos en el mismo texto leído,
puesto que Dios hizo al hombre a su semejanza, lo que presupone que está dotado
de los mismos atributos que le capacitan para señorear y recrear la tierra y
cuantos seres la habitan.
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen
de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27).
Si somos “imagen
de Dios”, todos los hombres y mujeres somos en esencia fruto del Amor Divino.
Cuando Dios hubo creado al hombre “los
bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y
sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en
todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:28).
En la
bendición de Dios hallamos la Gracia necesaria que nos hace ser capaces de amar
con el mismo amor del Creador. Es con ayuda de la gracia, que el hombre puede tener
deseos perfectos, realizar actos perfectos y hacer cosas perfectas. Cuando el
hombre permanece en la Gracia y en el Amor de Dios es cuando experimenta que
puede obrar la perfección a imagen y semejanza de Dios.
Pero el
hombre, caído en el pecado original, no podía por sí solo obrar de forma
perfecta hasta que Jesucristo redimió al hombre y fue de nuevo injertado en la
misma gracia que tuvo en el comienzo de la creación. Ya en el tiempo “nuevo”,
tomando Jesús la palabra, dijo a sus discípulos:
“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo,
y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid
a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os
ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los
cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre
justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis?
¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos
solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues,
vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”
(Mateo 5, 43-48).
No resulta
difícil intuir que esta perfección a la que nos llama Jesús es la vida en el
Amor, en su Gracia, la misma que nos posibilita que seamos criaturas en
plenitud de santidad. Pongamos nuestras potencias (memoria, entendimiento y
voluntad) al servicio de la Gracia y vivamos en adelante con recogimiento de la
mente, en quietud de espíritu y en unión al evangelio, a fin de prosperar en el
camino de santidad hacia el Padre. No olvidemos que este camino está en la Cruz
de Cristo, único Redentor de la humanidad.
“El que no busca la Cruz de Cristo, no busca
la Gloria de Cristo” (San Juan de la Cruz).
Feliz y Santa Cuaresma para
todos.
Francisco
Javier Cebrián del Pozo
(Vicepresidente del Consejo Diocesano de Cartagena)
(Vicepresidente del Consejo Diocesano de Cartagena)
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